En España en 1938, los cielos se teñían de un vívido color rojo. Nubes rojas y anaranjadas cubrían grandes extensiones del firmamento y producían la sensación de un gran incendio, o quizá alguna catástrofe mucho peor.
La noche del 25 al 26 de enero de 1938, en plena Guerra Civil, una excepcional aurora boreal iluminó el cielo y lo tiñó de un tono estremecedor tras el crepúsculo. Todos estaban asistiendo a una de las mayores tormentas geomagnéticas del siglo XX. Pero los soldados de ambos bandos temieron una ofensiva del enemigo con algún tipo de armamento desconocido. En mayo y octubre de 2024, sin miedos en el cielo, pudimos contemplar una aurora boreal. Se forma a partir de una corriente de partículas que están cargadas eléctricamente y que proceden del Sol, a las que se conoce como viento solar. Según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), la aurora resulta de la interacción entre este viento del Sol y el campo magnético de la Tierra. Este espectáculo seguramente hizo callar las armas por unas horas, en aquel conflicto entre españoles. La naturaleza siempre tendrá armas para callar violencias. Entre historia e innovación va esta charla con José Gómez que, esta trabajando en un proyecto pionero para evaluar los errores en la medición del viento a través del CIDE, Centro de Investigaciones sobre Desertificación