Nuevo episodio de Vida Bookolica, donde Marcos Flor y Andrés Pardo charlan en torno a una obra literaria, sin destriparla ni dar a conocer su título. Esta vez sobre una obra muy conocida en todo el mundo y que es una de las grandes sensaciones del género de la fantasía y aventuras.
Hay libros que se leen no tanto por lo que cuentan, sino por el modo en que lo hacen. El nombre del viento es uno de esos libros por muchas razones y una de ellas es ese viaje inevitable a un mundo que huele a madera vieja, a cuero de laúd, a vino de taberna, a polvo del camino y a noches de tormenta contadas junto al fuego.
Patrick Rothfuss nos presenta con esta novela la primera de una saga de fantasía, que más que una novela de fantasía es una elegía. Una elegía por la figura del héroe, por la infancia perdida, por las palabras que ya no significan lo que solían significar. El nombre del viento es, en apariencia, la historia de Kvothe (pronunciado «cuouz» y algo que el autor considera de importancia saber), un joven con una inteligencia prodigiosa y un destino trágico, que nos narra su vida desde el exilio de su propia leyenda. Pero es también un libro lleno de lecciones vitales, como dice el propio protagonista:
Mis mayores éxitos vinieron de decisiones que tomé cuando dejé de pensar y simplemente hice lo que sentía correcto.
En la posada Roca de Guía, donde el héroe caído ahora sirve vino bajo el nombre de Kote, lo que se reconstruye no es solo una biografía, sino el acto mismo de la narración, es decir, el mito enfrentado a la memoria. La voz que construye y destruye al mismo tiempo.
Kvothe toca el laúd como si de él dependiera la forma del mundo, recita versos como quien conjura, y estudia en la Universidad con una obsesión casi autodestructiva. Y en cada página, Rothfuss demuestra que su mayor hechizo no son los seres fantásticos que pone a disposición de la historia, sino el poder de una prosa contenida, musical, poética pero que nunca abusa del adjetivo. En definitiva, que fluye de una forma tremendamente maravillosa, pues el autor conoce, y muy bien, el poder de las palabras.
Los nombres tienen poder, y las palabras también. Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarles lágrimas a los corazones más duros.
Y sin embargo, más allá de la Universidad, de los amigos y enemigos y de un gran amor, lo que late en El nombre del viento es la nostalgia por aquello que ya no puede repetirse. Rothfuss escribe desde la orilla del desencanto, como quien canta para no olvidar. Una novela que se permite la pausa, el interludio, la digresión poética. Una novela que no necesita épica porque ya la lleva en los huesos y en la que el lector que venga buscando acción encontrará momentos intensos, sí, pero lo que quedará en la memoria será la esencia de las cosas en sí mismas, de disfrutar lo que tenemos frente a nosotros por no saber cuánto durarán.
Si encuentras a una persona así, alguien a quien puedas abrazar y con la que puedas cerrar los ojos a todo lo demás, puedes considerarte muy afortunado. Aunque solo dure un minuto, o un día.